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  • A.G. Marín

Peor pesadilla


Será que siempre calificamos a un sueño como pesadilla por su horrible contenido, o cuando nos hace despertar con sensaciones extrañas e incómodas aún sin recordar el sueño con precisión. Pero mi peor pesadilla, la cual no puedo ni podré olvidar en un buen rato, fue un buen sueño, y quizá sea esta la razón por la que permanece aún en mi memoria.

Recuerdo muy bien que me quedé a dormir contigo esa noche. Era tarde, vivía algo lejos, y me ofreciste, no por primera vez, quedarme. Yo encantada, claro. Nos desvestimos y nos dormimos en poco tiempo. Desperté al baño por la mañana, pero aún era temprano así que iba a volver a dormir. La cama era pequeña y durante mi ausencia moviste un poco el brazo que me impidió volverme acostar donde mismo, así que me acosté en la pequeña cama plegable para invitados que por alguna razón ya estaba debajo de tu cama. Ah, ya me acordé, yo iba a dormir ahí originalmente, ¿no? Pero me dijiste “como quieras” cuando te pregunté dónde iba a dormir yo, y yo quería dormir contigo pero mi ansiedad y mi orgullo me dijeron que habías puesto esa cama ahí para mí porque no querías dormir conmigo, pero mi sentido común me dijo que eso era estúpido, que no tenía nada que ver conmigo y que hiciera lo de siempre, dormir a tu lado. No importa eso ya porque, como no quise despertarte, me acosté ahí abajo y soñé.

Me despertó tu mano, tu caricia, me buscabas porque te diste cuenta que no estaba ahí cuando abriste los ojos. Me pediste que subiera y me abrazaste y es casi inexplicable la repentina sensación que me llegó de que todo, todo, estaba bien. Abrazaste mi piel desnuda y pasaste tus dedos por mi espalda, hábito tuyo que estaba empezando a amar. Enredaste tus piernas en mi cadera y me preguntaste qué demonios hacía ahí abajo pero no te contesté porque si lo hacía iba a romper la magia del momento y lo que quería era que durara lo más posible. Tu pecho estaba calentito y tuve el impulso de esconder mi cara en él para calentar mi nariz. Tu presencia, reconfortante; mi corazón, vuelto loco dentro de mi pecho y mis nervios, dormidos, calmados, ausentes. Una sensación de paz que se formó en mi pecho y recorrió como una ola, poco a poco y con paciencia, cada rincón de mi cuerpo a tal grado que de haber faltado cobijas, mi piel habría hecho el trabajo. Terminó por asentarse en mis ojos, que finalmente pudieron cerrarse.

Y entonces desperté. Desperté de verdad. En la cama plegable, sin cobija y con frío. Tu estabas arriba, ajeno a todo. A todo. A la falsa sensación de paz en mí que en un segundo se convirtió en dolor y pesar. Al frío de mis extremidades. A mi repentina falta de aire. A las lágrimas que se asomaron por mis ojos. Que la realidad, cabrona como es, me cayó como balde de agua helada y para serte honesta, habría preferido agua helada. Porque nunca me buscaste ni me preguntaste qué hacía ahí abajo, ni siquiera te diste cuenta que no estaba. Nunca me abrazaste y nunca me volviste a acariciar la espalda. Y no lo harías jamás. Fue este hecho lo más difícil de aceptar, que la pesadilla no estaba en el sueño, sino en la realidad. Y aún en tu ignorancia, y aunque ya estás lejos de mi corazón, por siempre serás el personaje principal de mi peor pesadilla.


.a.


Créditos de la imagen a quien corresponda.

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